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Pepín Liria
Datos de
Pepín Liria
Unas facciones, y unos ojos asiáticos, tártaros, como de allá de los Urales, por donde Europa ya no es el viejo continente ni China todavía, asemejan a Pepín Liria, enfundado en la taleguilla a un príncipe divinizado en un desconocido reino de montañas a estilo tibetano. Aunque él naciera en un lugar menos exótico y rocambolesco, la vega murciana.
“Pero mi nacimiento triunfal taurinamente hablando se lo debo a Dolores Aguirre y a Victorino Martín”, sentencia el de Cehegín que, con los pies puestos en una elevación andaluza, tomó contacto de inspiraciones con la llanura rectilínea y asolada de Murcia, donde tanto las tierras de secano, como las de regadío, tienen un poder silencioso, acosador y casi tan propicio como un monte para concebir las reglas de una estética que es adusta y, sin embargo, jugosa.
“No es fácil sacarle el jugo a los victorinos. Son toros que se crecen al castigo. Hay que administrarles muy bien el tercio de varas. Son muy listos y venden muy cara su vida. Tanto es así, que a mí me han herido en cinco ocasiones. Aunque también me he pegado el gustazo de indultar en la plaza de Badajoz a Pelotero en Junio del 2000. Me he topado con alguna que otra alimaña que, desgraciadamente, se han convertido en un tópico. La alimaña es un toro malo que hemos convertido en algo interesante. Te suele complicar mucho la vida y ninguno de los que nos vestimos de luces lo deseamos. Y me consta que cuando sale una el ganadero también lo pasa mal”.
Las actitudes de Liria son puro reflejo de su carácter, y cuando torea se proyecta, se autorretrata en la faena. No en premeditado intento de mostrarse tal y cual es, sino por impulso inevitable de un temperamento acorazado en rectitudes y aristas.
“A estas alturas de mi vida me da igual que intenten encasillarme en este tipo de corridas. Para mí es un orgullo haber triunfado con este hierro y no me cambio por nadie porque hay que ser muy macho para triunfar con los victorinos”.
Marisa Arcas